(Publicado en PuntoEdu 165, año 6, 2010)
Un sábado por la mañana me levanté temprano con la convicción de que aquel sería el último fin de semana en que dejaría de lado las horas de sueño para ir al banco. Efectivamente, fui a la oficina a pedir mi clave para hacer operaciones por Internet. Lo confieso, al principio desconfiaba. Ya llevo varios años pagando mis cuentas desde mi cama o en mi oficina. Todo es más rápido y no he tenido mayores inconvenientes.
Algo similar me pasó con el voto electrónico. Cuando alguien me comentaba la idea, pensaba sobre la seguridad, el secreto, el acceso en los lugares apartados o, peor aún, ¿terminaría en un charco de sangre como cuando Homero Simpson intentó votar por Obama mientras el sistema registraba votos a favor de McCain? En mayo de este año me invitaron a un focus group en la ONPE al que acudí con todas estas preguntas en la cabeza. El sistema me pareció de lo más sencillo: un módulo con una pantalla táctil, el tan de moda touchscreen, con una batería que rinde 14 horas, en caso de que no haya electricidad.
La diferencia con la tradicional cédula en papel es que puedes corregir tu voto, regresar a revisarlo y hasta te pide confirmar tu voto. El sistema evita viciar el voto por error, puesto que solo se puede marcar una alternativa, o voluntariamente. No obstante, cuenta con la opción de voto en blanco. Se evita así los votos impugnados que generan demoras en el conteo. Una vez en el sistema, nadie puede manipular la información. A diferencia de la cabina de votación de Homero Simpson, solo puedes votar una vez y, luego de registrado el voto, obtienes un voucher que se deposita en una urna, que sirve como respaldo. Al llegar a la mesa de votación, tu DNI es canjeado por una tarjeta con un chip, como el de los celulares, que debe ser devuelta luego de sufragar. La tarjeta solo sirve para activar el módulo de votación; o sea, no guarda información de la identidad. Así, es imposible activar el módulo indefinidamente para favorecer a algún candidato.
Los datos se guardan de manera aleatoria, por lo que tampoco se puede asociar el voto al votante por el orden en que acudieron a la mesa de sufragio. Finalizada la jornada electoral, la información se guarda encriptada en unas memorias USB especiales. El conteo tomaría algunas horas evitando el error humano. Pese a lo que pensaba al principio, la información no viaja por Internet.
¿Nos genera esto dependencia de la empresa que nos brinde el software? No, ya que este ha sido desarrollado en el Perú por la ONPE y certificado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la Católica.
¿Es todo tan bello? Pues bien, como todo cambio, se requiere que los ciudadanos sean instruidos sobre el proceso para evitar errores en la cabina y voten con confianza. Si bien para muchos los pagos por Internet y las pantallas táctiles son cosa de todos los días, para gran parte de la ciudadanía la tecnología sigue siendo algo desconocido que inspira miedo.
El reto para ONPE es emprender una campaña de información y educación no solo sobre el voto electrónico, sino sobre la importancia de votar y cumplir como miembro de mesa (si fuiste piña y saliste elegido) y, sobre todo, que sienta la confianza de que el resultado final refleje el deseo de la mayoría. Que su voto realmente cuenta.